El secreto del guerrero


Todavía hoy, en algunas comunidades indígenas, se sigue viendo a la Tierra como un ser vivo, como una madre, o como el ser que se ha ganado el más grande de los amores por parte del hombre. Como testimonio de lo anterior reproducimos las siguientes palabras que hace apenas dos décadas virtió para un antropólogo un chamán o “guerrero” yaqui (de Sonora):

-“Ya es casi la hora de que nos desbandemos como los guerreros de la historia –dijo Don Juan-. Pero antes de que nos vayamos cada uno por su lado, debo decirles una última cosa a ustedes dos. Voy a revelarles un secreto de guerrero. Quizá podría llamarlo la predilección de un guerrero.

Centrando en mí su atención particular, dijo que una ocasión yo había opinado que la vida de un guerrero era fría y solitaria y carente de sentimientos…

-La vida de un guerrero no puede en modo alguno ser fría y solitaria y sin sentimientos --dijo-, porque se basa en su afecto, su devoción, su dedicación a su ser amado. ¿Y quién, podrían ustedes preguntar, es ese ser amado? Yo se los voy a mostrar ahora mismo.

Don Genaro se puso en pie y caminó despacio hasta un área perfectamente llana, justamente frente a nosotros, a unos tres metros de distancia. Allí hizo un curioso gesto. Movió las manos como si barriera el polvo de su pecho y su estomago. Entonces ocurrió algo extraño. Un destello de luz casi imperceptible lo atravesó; salió del suelo y pareció encender todo su cuerpo. Don Genaro ejecutó una especie de pirueta hacia atrás; un clavado de espaldas, dicho con mayor propiedad, y aterrizo sobre el pecho y los brazos. La precisión y habilidad de su movimiento lo hicieron parecer un ser sin peso, una criatura vermiforme que diera la vuelta sobre si misma. Ya en el suelo, realizó una serie de movimientos inconcebibles. Se deslizaba a unos cuantos centímetros de la tierra, o rodaba sobre ella como si yaciera sobre balines, o nadaba describiendo círculos y vueltas con la rapidez y la agilidad de una anguila en el océano.

Empecé a bizquear, y en cierto momento, sin transición alguna, me halle observando una bola de luminosidad que se deslizaba de un lado a otro sobre lo que parecía ser una pista de hielo con mil luces brillando sobre ella.

El espectáculo era sublime. Luego la bola de fuego se detuvo y permaneció inmóvil. Una voz me sacudió disipando mi atención. Era don Juan que hablaba. No entendí al principio lo quede decía. Miré de nuevo la bola de fuego; todo lo que pude discernir fue a don Genaro tirado en el suelo, con los brazos y las piernas extendidos.

La voz de don Juan era muy clara. Pareció desatar algo en mi interior, y me puse a escribir.

-El amor de Genaro es el mundo -decía-. Ahora mismo estaba abrazando esta enorme tierra, pero siendo tan pequeño, no puede sino nadar en ella. Pero la tierra sabe que Genaro la ama y por eso lo cuida. Por eso la vida de Genaro está llena hasta el borde y su estado, dondequiera que él se encuentre, siempre será la abundancia. Genaro recorre las sendas de su ser amado, y en cualquier sitio que está, está completo.

Don Juan se acuclillo frente a nosotros. Acarició el suelo con gentileza.

-Esta es la predilección de dos guerreros –dijo-. Esta tierra, este mundo. Para un guerrero no puede haber un amor más grande.

Don Genaro se levantó y vino a acuclillarse junto a don Juan, por un momento ambos nos escrutaron con fijeza, luego tomaron asiento al unísono.

.Solamente si uno ama esta tierra con pasión inflexible puede uno librarse de la tristeza –dijo don Juan-un guerrero siempre está alegre porque su amor es inalterable y su ser amado, la tierra, lo abraza y le regala cosas inconcebibles. La tristeza pertenece sólo a esos que odian al mismo ser que les da asilo.

Don Juan volvió a acariciar el suelo con ternura.

-Este ser hermoso, que está vivo hasta sus últimos resquicios y comprende cada sentimiento, me dio cariño, me curo de mis dolores, y finalmente, cuando entendí todo mi cariño por él, me enseño lo que es la libertad. (Del libro Relatos de Poder, de Carlos Castaneda, FCE, págs. 380-82).

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